Seguimos igual, pero no es mal estado. El Madrid continúa improvisando, pero gana por tres, cuatro o cinco y, aunque le cuesta domar los partidos, siempre le sobran minutos para pensar en la cena, ayer más de 20. Hay que reconocer el defecto sin negar el mérito. Falta juego, no hay duda. Sin embargo rebosa la fortaleza, el gol. Tal vez esto que vemos ya sea un estilo. Chocar contra el rival hasta que ceda uno. Y, de momento, ceden los otros, primero dignamente y al rato hechos jirones. Digan a esos muertos que el Madrid no juega a nada.
El partido se conectó con otros anteriores. Tenerife, sin ir más lejos. Un rival aplicado, una presión adelantada y poco campo donde pisar. Eso basta para enredar al Madrid y se ha corrido la voz. Si Pellegrini ha ensayado escapatorias se nota poco. Valdría con el toque rápido o el pase largo, pero no salen. Como si faltara estudio, como si no existieran automatismos, como si sobre el césped todo resultara una sorpresa.
Llegados a este punto, señalemos que el Olympique es un equipo de categoría. Y fuerte como un oso. O mejor nos valdrá una pantera. El caso es que su presión resulta asfixiante y tumultuosa. Como también saben jugar y cuentan con un delantero excelente, Niang, plantean partido.
Sigue sin ser excusa, pero ayuda a explicar el panorama. En ese chocar de pechos se pasó la primera parte: el Madrid sin entender y el Olympique lanzando un asalto en cada robo de balón, y hubo unos cuantos. Ni Gago ni Xabi sostuvieron el mediocampo, y si excluimos a Guti de la crítica es porque la fontanería correspondía a otros.
Misiles. Cristiano se cansó y comenzó a tirar de lejos. Con dos disparos desencuadernó a Mandanda, que despejó con sofoco. Aquello inquietó al Olympique y en los últimos minutos perdió el tono. Entonces apareció Benzema: primero con una chilena que voló alta y después con un mano a mano que le ganó el portero.
En ese instante, empate a cero y mal juego, el primer análisis corre el riesgo de olvidar el desgaste causado por el Madrid a su rival. Porque la presión necesita de aliento y el orden de concentración. Y el cansancio ataca los pulmones y la cabeza. Y nadie vuelve tan aguerrido del vestuario.
Volvió a ocurrir ayer. Favorecido por el paso de los minutos, marcó el Madrid. Pepe acertó con el pase largo y Cristiano resolvió haciendo uso de la inteligencia. Primero observó el pánico del portero, su salto desesperado, y luego le batió por bajo, suave, con la izquierda.
El Olympique, sin saberlo, ya estaba en la lona. A los dos minutos, Diawara arrasó con tanta violencia a Cristiano que si tocó el balón fue porque los terremotos lo arrasan todo. Penalti y segunda amarilla. Kaká marcó y a continuación se gestó la mejor jugada de la noche. Tras varios caracoleos, Kaká hizo la pared con Benzema y el genio francés se la regaló a Cristiano, que ya andaba cojo. Tres a cero.
En apenas seis minutos, el Madrid había ventilado el partido. Y pudo haber marcado más goles de acertar Higuaín. Del Olympique, ni rastro. Sí, díganle a ese fantasma que el Madrid no juega a nada.
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